Ante un final inevitable, el enfermo tiene derecho a un adecuado control de síntomas tanto físicos como psicológicos y espirituales.
POR LAURA ARESCA / PARA CLARÍN BUENA VIDA
Un imperativo de hoy: el acceso a los cuidados paliativos y al tratamiento del dolor.
La toma de conciencia de la muerte puede ser considerada por antonomasia, como LA CRISIS en la vida del hombre. En realidad, no es la muerte, sino la representación anticipada de la muerte lo que produce terror. A esto se le suma el miedo a morir abandonado, con síntomas físicos y/o emocionales no controlados, es decir, con sufrimiento.
Durante cualquier período de crisis, se ponen en marcha mecanismos de defensa de todo tipo para reducir la ansiedad, la angustia y el miedo. Si los mecanismos no resultan adecuados, porque el paciente no tiene recursos o porque no se le ha proporcionado la atención adecuada, tendremos entonces un desajuste en el proceso de morir.
Uno de los factores que influye en este desajuste es que el enfermo se sienta afectado o disminuido en su dignidad. Así mismo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce los derechos de toda persona “a la vida” y a no ser sometido a “torturas” ni “tratos crueles, inhumanos o degradantes” (Art.5) y a “un nivel de vida adecuado para la salud y bienestar" (Art.25).
El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas (CDESC) indicó específicamente que los estados partes “tienen la obligación de respetar el derecho a la salud, entre otras cosas, y abstenerse de negar o limitar el acceso igualitario de toda persona... a servicios de salud preventivos, curativos y paliativos”.
Esos compromisos obligan a los gobiernos a crear y/o utilizar mecanismos apropiados para garantizar el acceso a todos los habitantes de un país a los cuidados paliativos y al tratamiento del dolor, que incluyen también los medicamentos esenciales necesarios para el alivio del sufrimiento.
La muerte es el problema personal por excelencia, cada uno muere su propia muerte, no es una experiencia comunicable, sólo se experimenta muriendo. Se va construyendo sobre la marcha, y en este punto es donde podemos trabajar junto con el paciente para lograr el objetivo: la mejor muerte posible.
Para ello es necesario que se forme un marco de contención útil, en varios niveles: de apoyo, compañía, alivio físico, psíquico y espiritual y apoyo y contención del grupo familiar, en un clima de respeto, porque es un derecho del enfermo en el final de su vida: que se respete su morir y por tanto que nadie reglamente su agonía.
Por todo esto, un plan nacional de cuidados paliativos y tratamiento del dolor requiere de un enfoque en la educación para los profesionales de la medicina, enfermería y otras disciplinas relacionadas con la salud, con principios básicos que tienen que ver con brindar adecuado control de síntomas tanto físicos como psicológicos y espirituales y el acompañamiento de la familia como parte de la unidad asistencial.
El acceso a los cuidados paliativos y al tratamiento del dolor sólo puede ser logrado cuando los gobiernos adopten e implementen una estrategia nacional de salud pública que incluya los componentes anteriormente mencionados, y que existan políticas públicas que se ocupen de reglamentar para todo el ámbito nacional, las leyes que aseguren el mejor cuidado paliativo para todos sus habitantes.
* La autora es médica especialista en Psicología Clínica y Psicooncóloga, Directora médica de la Casa de Cuidados Paliativos El Buen Pastor, Coordinadora médica de Paliar, Medicina del dolor y Cuidados Paliativos y Presidente de la Fundación Paliar.
Diario Clarin 30/10/2013
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