

No se trata del título de la novela, sino al recuerdo de mi querido valle situado a las orillas del serpenteante rio Pas. Viene a mi memoria el pintoresco pueblecito de mi abuela, de apenas mil habitantes, Puente Viesgo, rodeado de montañas sobre la que destaca el “Pico del Castillo”, una montaña llena de misterio con una forma de cono romo casi perfecto y que alberga en sus entrañas varias de las cuevas prehistóricas más bellas del mundo,


· También es de destacar la vieja estación de tren que ha sido reconvertida en un parque infantil aprovechando el trazado de las vías para hacer un circuito para pasear y montar en bicicleta. Y “la presa” una presa sobre el rio con unas salmoneras escalonadas que dan paso restrictivo a los salmones que luchan por remontar la corriente para alcanzar su desesperada meta.
· Flanqueando el margen izquierdo desde “la presa”

· En un punto del camino pasada la antigua central de la Electra Pasiega hay una pequeñísima playa de arena formada por el delta de un regato que solo lleva agua pluvial y junto a la playa esta “el barco” un roca con forma de canoa a la que llamábamos "el barco". Allí blandíamos nuestras arbóreas espadas y destrozábamos a cañonazos los imaginarios barcos piratas que nutrian con sus restos de valiosos botines que atesorábamos en la playa que consistían en palos que arrastraba la corriente y otras inmundicias de plástico. Junto a la roca tierra adentro hay un viejo roble que era nuestra atalaya y nuestro faro, cerca de allí en una chopera construimos nuestra fortaleza, "la cabaña" donde preparábamos nuestros planes “de guerra” y soñábamos nuestras victorias.

· Sin televisión, sin consola ni móvil, sin juguetes electrónicos, el tren de los días caminaba sobre el raíl de la estación estival acortando sus tardes lo suficiente para que supiéramos cuando podíamos ir a robar manzanas o a pescar anguilas, cuando se podían coger los tomates de “las pasiegas” unas pobres señoras que cuidaban su huerta con esmero y eran asaltadas por la chiquillería en las noches de agosto. Luego venían las castañas y por último las nueces que empezaban a caer justo cuando volvíamos y sobre todo el sabor de “la tierruca” la fragancia del eucalipto y la hierba recién cortada, el pastar perezoso de la vacas lecheras que en la actualidad están siendo sustituidas por ganado de carne pero sobre todo lo que más importaba era la seguridad de que al año siguiente mi barco me esperaba quieto inmóvil y listo para el abordaje.
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